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La parte estética del clasismo

· 7 min read

En los últimos días se han difundido varios vídeos que reflexionan sobre la estética de ciertos grupos y, aunque en apariencia no se prejuzga a las personas por cómo lucen, el discurso que los acompaña merece ser cuestionado.

La frase que está rondando el tema es "el old money es hacer cosplay". Y para comenzar, está bueno abordar las dos cuestiones centrales. Primero, el old money puede entenderse como una estética minimalista basada en la sobriedad y lo tradicional en la moda, una versión blanqueada de lo que imaginamos como elegancia, mientras que el cosplay consiste en jugar con la vestimenta para representar un personaje.

Los vídeos presentan la premisa de que emular cierto tipo de moda es simplemente una imitación que busca rescatar el mensaje que las personas blancas transmiten a través de su imagen como individuos de clase superior. Una primera perspectiva (Pandora, 2025) habla de cómo esto nos hace sentir mejor, siendo una manera de poseer temporalmente el poder y transmitir a otros que también podríamos tener el poderío que representa dicha estética blanca.

Una segunda autora (Beccassino, 2025) retoma el video y, en un análisis más profundo sobre el habitus, entendido como la estructura internalizada, lo describe como las formas en que comunicamos a otros la posición que ocupamos dentro de una esfera social. Su planteamiento es útil, aunque puede complementarse si se toma en cuenta la relación con el capital material, porque aunque sea válido pensarlo desde lo simbólico, también importa ver cómo se conecta con lo real.


En la medida en que los signos adquieren un valor autónomo, también se ocultan las relaciones materiales que los sostienen, mostrando un proceso de fetichización en medio de esta configuración. Ahora bien, si lo entendemos en su complemento, en cada encuentro social se crean mundos con reglas que convierten ciertos códigos en capital simbólico, pero que siempre se sostienen en estructuras materiales, superando la idea de que lo que circula en tal interacción coincide con la distribución real de recursos.

Debemos distinguir entre lo simbólico-ideológico y las condiciones materiales. Se nos ha enseñado históricamente que cierta estética pertenece a cierto grupo social, llevándonos a querer emular todo lo relacionado con lo blanco: comportamientos, mensaje, estética, lingüística (Elías & Scotson). Blanqueamos nuestras culturas, lenguajes y expresiones para llegar al punto donde nos encontramos ahora, perpetuando una aspiración que nos ha sido inculcada para hacernos sentir culpables de lo que somos y de lo que no podemos poseer.

Esta aspiración de ser blanco o blanqueado converge con otros mitos del capital, como la meritocracia, que individualizan la culpabilidad sobre por qué ciertas personas no podrían acceder a determinados privilegios, y es que, aunque no sea una consecuencia directa, dicha ideología se reproduce de manera constante. El problema surge cuando nuestro involucramiento espontáneo no se ajusta a las reglas de transformación del encuentro social (Goffman, 1961), es decir, cuando la interacción cotidiana choca con las normas implícitas de la esfera social se podría explicar por qué las personas pueden sentirse temporalmente cómodas con la estética “old money”, aunque su realidad material no lo refleje.

La teoría del locus de control (Teigeiro, 2023) se presenta como herramienta para el accionar concreto y material que puede cambiar nuestro entorno y hacer factible la movilización social. Como individuos, tenemos capacidades de entendimiento para comprender estos mensajes transmitidos por redes sociales y analizar lo que vemos para cambiar nuestras conductas cotidianas.

Entonces, si reconocemos que vestir moda blanca es simplemente aparentar, también deberíamos valorar y resignificar las otras distintas expresiones culturales con las que estamos en contacto, partiendo de lo que somos y convirtiéndolo en prácticas auténticas, no aspiracionistas. No tendríamos que aspirar a objetivos lejanos cuando ya poseemos características, ya estamos posicionados en un lugar, venimos de un sitio y tenemos una trayectoria histórica que podemos transformar conscientemente, y es que nuestro camino no está predeterminado, sino que se construye a través de la praxis colectiva y la lucha de clases, reconociendo nuestras condiciones materiales actuales como punto de partida para la transformación social.

El hecho es que la relación entre estética y economía debe ser comprendida como un reflejo de las condiciones materiales y sociales en distintos niveles, y entonces, la apariencia y los hábitos de consumo estético no solo comunican posición económica o social, sino que también funcionan como mecanismos de control que ejercen las clases altas, quienes, más allá de regular las normas de discreción y estilo para mantener su dominio, también lo hacen con las cadenas productivas y distributivas. Lo anterior es, la aspiración no es individual, ni mucho menos propia de las clases bajas, sino de un sistema capitalista que utiliza la estética para instrumentalizar sus métodos de preeminencia simbólica-estructural, atacando sistemáticamente a quienes están en las posiciones más vulnerables.

Entonces, la estética puede comprenderse como una forma de producción social vinculada a las condiciones económicas materiales, porque lo que observamos de manera concreta en nuestros gustos, en los estilos o en las tendencias responde a la organización histórica de la acumulación capitalista. Lo estético se coloca dentro de las relaciones de producción y ahí muestra sus contradicciones, remitiéndonos a procesos más profundos, volviéndose visible cuando integramos los factores materiales con las dimensiones sociales y psicológicas que configuran la percepción y la valoración estética, de tal forma que esta resulta un producto atravesado por inversión, producción y distribución (Taylor, 1926).


Al hablar de esto también sabemos que los ciclos de expansión y contracción dejan huella en lo estético, pues son estos los que proyectan transformaciones multiplicadoras con años de anticipación, materializándose en los productos disponibles que tenemos enfrente y en su circulación social, siguiendo los mismos ritmos de acumulación que sostienen al capital, y es que el punto no es solo ver que lo estético depende de la economía, sino reconocer cómo esas formas terminan siendo una vía por la cual el sistema sostiene (Baardwijk, 2010).

El análisis naturalista de los encuentros sociales se relaciona más estrechamente con los estudios de estructura social de lo que podríamos imaginar. Los efectos de los atributos socioeconómicos externos en los encuentros sociales son muy fuertes, y esta fortaleza permite que el capitalismo mantenga su hegemonía a través de mecanismos aparentemente inocuos como las tendencias estéticas.

La estética "old money" funciona como herramienta de control social que transforma la aspiración individual en mecanismo de refuerzo de jerarquías existentes. Incluir este análisis material desde el marxismo permite reflexionar sobre cómo vemos la estética también desde las bases materiales, reconociendo que estos fenómenos no son casuales sino parte de un sistema de dominación más amplio.

Referencias